domingo, 27 de octubre de 2024

Caritas in veritate: la economía y el desarrollo humano integral

Rafael J. Ávila D. | 22-X-2024


En junio de 2024, en el día en que se celebra la Festividad de San Pedro y San Pablo, pilares fundamentales de la Iglesia católica, se cumplieron quince años de la publicación de la carta encíclica Caritas in veritate, escrita por el Papa Benedicto XVI en 2009. En esta encíclica, de las llamadas “sociales”, y que forma parte del cuerpo de la Doctrina Social de la Iglesia, junto a, por nombrar algunas, Rerum novarum, Populorum progressio, Solicitudo rei socialis, Centesimus annus, Laudato si´, Fratelli tutti, se abordan temas sociales y económicos desde una perspectiva cristiana católica.

Considerada como continuación y desarrollo del pensamiento social católico, la Caritas in veritate ofrece orientación sobre la economía y el desarrollo humano integral. Pero, como ocurre con cada encíclica social, para comprender los aspectos económicos de esta encíclica es necesario situarla en su contexto histórico y comprender su relevancia para la Iglesia católica y para la sociedad contemporánea.

La Caritas in veritate es publicada en plena crisis subprime [1], situación que fue de magnitudes no vistas desde La Gran Depresión de la década de los años 30 del siglo XX, y cuyos efectos negativos económicos se propagaron a los países desarrollados, con la consecuente pérdida del poder adquisitivo, aumento en las tasas de desempleo y pobreza, y destrucción de capital; una crisis, que a la distancia puede estudiarse y verse que fue sembrada por las políticas monetarias expansivas de los bancos centrales, exacerbada por la actuación –en algunos casos– irresponsable de políticas regulatorias y bancarias laxas, y que luego, al tratar de evitar los temidos estragos de la consecuente inflación, implementando los bancos centrales políticas monetarias restrictivas, se causa el estallido de las “burbujas” que se habían desarrollado en sectores como el inmobiliario y el mercado de capitales, iniciando el contagio a otros sectores y países, con los terribles efectos conocidos y ya mencionados.

En este contexto se publica la Caritas in veritate, reflejo de la natural preocupación del obispo de Roma, vicario de Cristo en la Tierra, cabeza de la Iglesia católica, Benedicto XVI, por las cosas que estaban sucediendo. Dirigida, como toda encíclica social de los sumos pontífices recientes, a todos los hombres de buena voluntad, la Caritas in veritate contiene el aporte de Benedicto XVI en materia social y, en particular, en el contexto de un mundo demandando mayor regulación al “capitalismo desalmado y desenfrenado”, con un estamento político ávido de regular e intervenir más, queriendo muchas veces “ver hacia otro lado” para no asumir su cuota de responsabilidad en tal crisis: muchas veces como sociedad recurrimos para que venga en nuestro rescate, al mismo que generó la crisis. Esto es parte de “la tragedia de los comunes” que sufrimos y de una lectura a la inversa del fundamental principio de subsidiariedad.

La encíclica Caritas in veritate (La caridad en la verdad, 2009) es la tercera escrita por Benedicto XVI, luego de Deus caritas est (Dios es amor, 2005) y de Spe salvi (Salvados en esperanza, 2007), y fue su última carta encíclica. Para el momento de su renuncia, preparaba una cuarta encíclica sobre la fe, borrador que toma su sucesor Francisco para luego publicar su encíclica Lumen fidei (La luz de la fe, 2013), firmada en la misma solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo, el 29 de junio.

De las potentes ideas desarrolladas por Benedicto XVI en la Caritas in veritate, en lo que respecta a la esfera económica vamos a destacar, comentar y a reflexionar sobre aquellas que se refieren al comercio nacional e internacional, y a la globalización de la economía.

Crisis de santos

El cuerpo doctrinal social de la Iglesia católica está conformado por principios rectores que persiguen el objetivo de lograr un mundo más humano, solidario, pacífico, y de bien común, en el que todas las personas puedan alcanzar su máximo potencial de desarrollo material y espiritual. Se trata de principios rectores que pretenden ser guía para que nosotros, los hombres de buena voluntad, tratemos de llevarlos a la práctica, reflejándolos en la sociedad en general, en la política, en la economía, en la vida empresarial y familiar, en el comercio y en la interacción social, es decir, en todos los ámbitos de la acción humana. No puede esperarse que la Doctrina Social de la Iglesia sea un programa detallado de políticas públicas; no pretende ser un programa de gobierno: nos toca a nosotros, con buena voluntad e inteligencia, la tarea de lograr que estos principios permeen todos los espacios de la acción humana, y terminen incidiendo en la regulación, pero principalmente en la libre y voluntaria interacción social de las personas y empresas.

“La economía debe ser al servicio del hombre, no al revés”
(Caritas in veritate, 36)

Esto nos hace reflexionar que cuando se habla del mercado, o del intercambio, o del comercio nacional o internacional, o de la economía en términos generales, o del libre mercado, o del intervencionismo, o de la economía de libre empresa, entre otros términos, no se pueden ver como si fueran entes que deambulan por doquier, con vida propia y buenas o malas intenciones; la realidad es que cada uno de ellos son espacios más o menos abstractos, más o menos físicos, compuestos de personas, de personas interactuando. Para mayor precisión, el mercado no es malo o bueno; los que somos malos o buenos somos las personas que lo componemos e interactuamos en él. La política y la economía no son malas o buenas; los que somos malos o buenos somos las personas que las componemos e interactuamos en ellas. Es como si al hacerle daño a alguien con un objeto cualquiera, por ejemplo un zapato, dijéramos que el zapato ha sido malo… quien ha sido mala en tal caso, es la persona que ha usado al zapato para hacerle daño a otra. Y si nos referimos a objetos que han sido diseñados o creados para hacer daño, pues precisamente ha sido una persona quien los diseñó y creó.

Cada vez que pienso sobre este aspecto no puedo dejar de recordar las palabras de San Josemaría Escrivá de Balaguer: “… estas crisis mundiales son crisis de santos. Dios quiere un puñado de hombres ‘suyos’ en cada actividad humana” (Camino, 301).

Considero que la caridad no se puede decretar; lo ideal es que fuera voluntaria: hay que “trabajar” al corazón de las personas para que seamos más caritativos, y siendo mejores personas será más fácil poder implementar reglas, dinámicas empresariales y comerciales que reflejen los principios rectores de la Doctrina Social de la Iglesia, e impere la solidaridad, la subsidiariedad y se persiga el bien común.

“El amor es la fuerza que nos permite superar el egoísmo y la indiferencia, y que nos permite encontrar la felicidad en el servicio a los demás“
(Caritas in veritate, 8)

Si respetando el principio de subsidiariedad, no pudiéramos ser caritativos entre nosotros mismos, y por nosotros mismos, quizás se justificase que una autoridad superior intervenga para “dar” caridad. Pero me queda la duda, pues la autoridad superior, nacional o supranacional, está compuesta por personas que, al igual que los del nivel inferior, son de “naturaleza caída”, tienen defectos, virtudes, vicios, están sujetos a tentaciones, como somos todas las personas. Volvemos a caer en lo primordial que es “trabajar” al corazón de las personas.

El punto es que preocuparse por el bien del otro, preocuparse por superar los males que en la sociedad sufrimos, es un tema del corazón; de la recta y formada conciencia de cada quien. Somos nosotros, las personas, las que somos buenas o malas de corazón. La terapéutica que apliquemos para resolver los problemas de la sociedad, son solo medios, no son fines en sí mismos. Y para que el acto sea bueno, nuestras intenciones deben ser buenas, los medios ser buenos, y los fines también.

Sin embargo, la historia está repleta de buenas personas, con buenas intenciones, y persiguiendo los más nobles fines, y que al aplicar medios erróneos, termina siendo “peor el remedio que la enfermedad”.

Muchas veces se justifica la intervención del Estado, porque en la economía de libre mercado, o de libre empresa, haya la posibilidad de que algunos se comporten de manera poco ética. Y por supuesto que esto es posible. Pero es un error culpar de ello al libre mercado, o a la empresa como forma de organización. En tal caso la culpa está en el corazón de las personas, en su falta de recta conciencia.

Los problemas y retos que enfrentan nuestras sociedades, por supuesto que deberían preocuparnos a todos, y todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad en ellos, y en sus posibles soluciones. Pero esta participación de cada quien en las posibles soluciones, debe ser una decisión libre y voluntaria. De allí lo importante, nuevamente, de formar al corazón de la persona humana, para que se interese responsablemente en la solución de los problemas que enfrentamos como sociedad. El respeto y promoción de la Dignidad Humana requieren de la libertad, pero esta debe ser acompañada de responsabilidad, de una capacidad de responder ante las consecuencias de nuestros actos libres y voluntarios.

En esta búsqueda de soluciones, los principios de la Doctrina Social de la Iglesia quieren llamar la atención de todos, y dar luz y guía a la discusión, análisis y final escogencia de posibles terapias a implementar. Pero estemos conscientes que ninguna de las soluciones será “gratuita”, ni mágica, ni podrá complacer a todos, y menos será perfecta, aunque eso quisiéramos; así son estos temas sociales. La pretendida solución ya sería bastante meritoria si lograra satisfacer a una gran mayoría, de la manera más eficiente posible.

Desde varios frentes, incluido desde la media, se promueven soluciones mágicas a los problemas de la economía; pero hay que estar atentos a si estas soluciones consisten en el fondo en más intervencionismo gubernamental y más gasto público irresponsable, prometiendo alcanzar un “paraíso” en el que nadie se preocupe, porque el Estado lo proveerá todo. Aunque se promueven como opciones para mejorar la economía y crear riqueza y bienestar para todos, terminan siendo falacias que siempre producen los mismos resultados: crean miseria, inevitablemente terminan en fracaso económico, desastre social, y destruyen aquello que dicen proteger, el bienestar común.

La solidaridad es un valor fundamental, y un principio rector, y así también lo es la subsidiariedad. Las soluciones propuestas deben ser evaluadas a la luz de estos sanos principios, de modo que puedan resultar en más bienestar para todos, en un mayor nivel de vida para todos.

De la justicia, eficiencia, equidad y subisidiariedad en la economía

La justicia en los intercambios, en las transacciones económicas, en los precios, en los salarios y en las tasas de interés, como otros precios en la economía, ha sido materia de estudio, de preocupación y de filosofar, al menos desde tiempos de los inmortales griegos Sócrates, Platón y Aristóteles, pasando por Santo Tomás de Aquino, y los salmantinos (sacerdotes, teólogos católicos españoles de la Escuela de Salamanca) Juan de Mariana, Francisco de Vitoria, Luis de Molina y Martín de Azpilcueta. Aún en nuestros días nos acompaña esta preocupación, que pareciera jamás resolverse definitiva y satisfactoriamente.

Las respuestas de estos pensadores a estas fundamentales interrogantes están inclinadas a que el precio justo es aquel resultante de la libre y voluntaria interacción, negociación e intercambio de dos contrapartes: el vendedor y el comprador, ambos con información incompleta y conocimiento imperfecto de las cosas, como nos pasa a todos.

Vale la pena destacar que para que haya un vendedor debe haber un comprador, y viceversa. Es decir, el que produce un bien o servicio, y pretende venderlo, debe satisfacer las necesidades de sus clientes porque si no lo hace no vende. Por lo tanto, si pensara solo en su beneficio estrictamente, y no en el cliente, pues fracasaría rápidamente. Las relaciones que se sostienen a largo plazo son de ganar-ganar. Un buen productor o proveedor de un bien o servicio, un exitoso vendedor, es aquel que se pone en el lugar de su cliente y lo entiende, lo satisface. Si no, no se daría el intercambio (asumiéndolo siempre libre y voluntario). Si ambos, vendedor y comprador, no sintieran y creyeran que luego de intercambiar estarán en una mejor posición, pues simplemente no intercambian, no se da la operación de compra-venta.

En el intercambio libre y voluntario ambas partes salen ganando: ambos deben sentir que ganan para poder intercambiar; si no, no lo harían, a menos que alguna de las dos partes vaya al intercambio coaccionada, lo que ya no podría llamarse una transacción libre y voluntaria. Sin embargo, siempre ha existido y se ha promovido la idea de que necesariamente en todo intercambio debe haber un ganador y un perdedor; pero la realidad es que el intercambio no es un juego de suma-cero. La realidad es que nos necesitamos unos a otros; somos interdependientes, porque nadie puede hacerse todo lo que necesita. Lo natural es especializarnos en aquello en lo que tengamos una ventaja comparativa, e intercambiarlo por lo que necesitamos; la autarquía, aparte de ineficiente y utópica, es antinatural.

El intercambio es algo natural, y es la manera más eficiente como la sociedad ha podido lidiar con los problemas de escasez. Dado que los recursos no son infinitos, hay que administrarlos eficientemente, porque si no se agotan y no queda para nadie. Y la manera más eficiente, teórica y prácticamente conocida, es mediante una distribución basada en decisiones libres y voluntarias entre las personas; es con intercambios libres y voluntarios. Cuando por cualquier motivo, se entorpecen los intercambios libres y voluntarios, esa administración de recursos escasos se torna ineficiente.

Por lo tanto, a todos en la sociedad, incluidos los gobiernos, nos conviene que los intercambios sean lo más libres y voluntarios posibles, para que la distribución de los recursos sea la mejor posible. Por cierto, más eficiente y mejor no quiere decir perfecta. En economía no hay cosas perfectas. Pero ese arreglo, el que garantice que los intercambios sean libres y voluntarios, es el mejor posible, pues es el que maximiza el bienestar económico de la sociedad como un todo. No iguala a todos en bienestar económico, porque eso es naturalmente imposible, pero es el que maximiza el resultado para la sociedad en su conjunto. En cambio, cuando se intenta entorpecer los intercambios, o se pretende forzar una distribución distinta, los resultados que se alcanzan son inferiores, y se tiende a igualar a toda la sociedad pero “hacia abajo”.

Debido a lo anterior, un gobierno tiene un rol clave en garantizar las condiciones básicas necesarias para que esto se logre. Y precisamente no se trata de mayor intervención. Se trata de propiciar los intercambios libres y voluntarios. ¿Y qué rol tendría un gobierno que quiera cooperar con que la sociedad logre la mejor distribución posible? Las tareas del gobierno serían: respetar y garantizar que se respete el derecho a la vida, a la propiedad y a la libertad, garantizar el Estado de derecho, brindar seguridad jurídica, hacer cumplir los derechos de propiedad y los contratos, asegurar que haya tanta competencia como sea posible (nada de concesiones monopólicas, ni prebendas, ni controles), y garantizar que haya una moneda sana. Este arreglo haría que el gobierno necesitara pocos recursos para financiar su gasto, y por lo tanto no necesitaría castigar a la sociedad con impuestos elevados y confiscatorios. El resto del trabajo le quedaría a la sociedad civil: emprender, asumir riesgos, invertir, generar empleos, producir bienes y servicios. Si el gobierno va contra la ganancia del emprendedor, generará escasez y mayor penuria. Si el gobierno toma la otra ruta señalada, la de la competencia, generará bienestar y reducirá la escasez.

Por supuesto que en el intercambio alguna de las contrapartes pudiera tener a priori la intención de engañar al otro, en cuanto a algún rasgo del producto, en cuanto a algún rasgo de la transacción, entre otras condiciones; pero no por ello considero que se justificaría que una autoridad superior entonces deba controlar todos los intercambios, o al menos intervenir en todos ellos: volvemos al punto en que la culpa no sería del instrumento, el problema no está en el intercambio libre y voluntario, sino de un corazón que hay que formar mejor en el hombre. Respetando al principio de subsidiariedad, si se da el engaño o fraude, y estas contrapartes no lograran llegar a un acuerdo privado que resuelva la controversia, ellas podrían acudir a una autoridad superior para dirimir el asunto, es decir, acudir a un sistema de seguridad jurídica que imparta justicia.

Si un gobierno falla en hacer estas tareas, y se extralimita en sus funciones, entorpecerá los intercambios, dejando de ser libres y voluntarios, lo que necesariamente afectará reduciendo el bienestar económico de toda la sociedad: generará escasez, mercados paralelos, encarecimiento de la vida y afectará la calidad de los productos, por solo listar algunas calamidades.

Algo interesante es que si alguien quisiera planificar el logro de ese mayor nivel de bienestar social, lo más probable es que se termine alcanzando un nivel de bienestar más bajo que el nivel inicial. Es decir, la cooperación inintencionada, espontánea, nos lleva a mejores resultados. Todos persiguiendo nuestros fines individuales, terminamos cooperando unos y otros, siendo medios para alcanzar un fin superior que no es otra cosa que mayores niveles de bienestar social. Para que se alcance de la manera más eficiente posible este referido mayor nivel de bienestar, es necesario que el gobierno no intervenga, y deje actuar a las fuerzas creadoras de las personas, y de la sociedad como un todo. Es decir, el rol del gobierno sería de promoción de un entorno favorable para que eso ocurra, mediante la ejecución de las tareas que ya comentamos.

A manera de cierre…

Existe una cuestión económica fundamental: la escasez de recursos que limita la capacidad de la sociedad para producir y consumir todos los bienes y servicios deseados. Debido a esta limitación, la sociedad debe gestionar los recursos de la manera más eficiente y equitativa posible, maximizando la producción y garantizando al mismo tiempo una distribución justa. La escasez es un aspecto clave de la economía, y una gestión eficiente de los recursos es necesaria para evitar la “tragedia de los bienes comunes”, donde los recursos compartidos podrían agotarse sin una administración adecuada.

“El comercio internacional es un instrumento fundamental para el desarrollo económico y social, pero solo si se practica de manera justa y equilibrada.”
(Caritas in veritate, 48)

La especialización y el intercambio voluntario se destacan como las mejores formas de abordar la escasez. Los individuos, las empresas y las naciones deberían centrarse en lo que mejor saben hacer, aprovechando sus talentos únicos y ventajas comparativas, y luego intercambiar bienes y servicios con otros para satisfacer sus necesidades. Este método es más eficiente y natural que intentar ser autosuficiente; un modelo que se considera poco práctico e ineficiente. Este principio se aplica en todos los niveles: personal, empresarial, nacional e internacional.

El proteccionismo busca imponer barreras al comercio. Estas medidas se consideran ineficientes y perjudiciales para el bienestar social general. El proteccionismo beneficia solo a unos pocos a expensas de muchos y va en contra del flujo natural de la actividad económica, donde la especialización y el libre comercio crean beneficios mutuos. El comercio internacional, cuando se realiza de manera justa y libre, es esencial para el desarrollo económico y social. Trazar una frontera entre países no debería cambiar los beneficios fundamentales del libre comercio.

“La solidaridad y la cooperación internacional son fundamentales para la construcción de una sociedad más justa y equitativa.”
(Caritas in veritate, 50)

La libertad económica, basada en intercambios descentralizados, voluntarios y competitivos, ha demostrado ser la mejor manera de organizar la actividad económica. En un intercambio voluntario, ambas partes se benefician, ya que se sienten motivadas a comerciar solo cuando mejoraría su situación luego de hacerlo. Este no es un sistema de suma cero, en el que uno gana y el otro pierde, sino más bien un sistema en el que ambas partes prosperan. La intervención gubernamental solo debería desempeñar un papel subsidiario, interviniendo cuando sea necesario para abordar las ineficiencias que el mercado no puede resolver por sí solo, pero siempre con el objetivo de promover la eficiencia y la equidad.

Las libertades personales y económicas son fundamentales. Los mercados libres, la competencia y la protección de la propiedad privada conducen a una mayor productividad, innovación y mejores niveles de vida. Un tema clave es que la libertad económica está ligada a las libertades personales y civiles. Una mayor libertad económica conduce a una reducción de la pobreza, una mayor libertad personal, instituciones democráticas más fuertes y una sociedad más próspera. La interdependencia a través del libre comercio también fomenta la paz, ya que es menos probable que los individuos y las naciones entren en conflicto con aquellos de quienes dependen para su bienestar.

“El amor es la base de la justicia, y la justicia es la base del amor”
(Caritas in veritate, 6)

Hay que enfatizar la distribución justa de los beneficios del comercio, junto con la importancia de acuerdos voluntarios y competitivos para garantizar la equidad en los intercambios. Se debe perseguir conformar un sistema e institucionalidad que respete la Dignidad y la Libertad humana, promueva el espíritu empresarial y fomente las libertades económicas y políticas. El control centralizado y las políticas proteccionistas son perjudiciales, mientras que un sistema de libre empresa y gobernanza responsable es esencial para sostener a largo plazo el crecimiento y la prosperidad.

Nuestros problemas de fondo, en el ámbito económico, se resuelven con respeto a la Dignidad y a la Libertad de la persona, Estado de derecho, igualdad de oportunidades, respeto a la propiedad privada, seguridad jurídica y personal, libre empresa y responsable empresa, disciplina fiscal, libertad y estabilidad monetaria y de reglas que promuevan el emprendimiento y la inversión, que es lo que a la larga genera oportunidades de empleos de calidad y sustentables.

Ningún régimen de control ha resuelto, ni resolverá, los problemas económicos de fondo; solo agravará la situación de pobreza y escasez, reducirá el bienestar del ciudadano de a pie.


* Ingeniero civil (UCAB), máster en Administración de Empresas, en Políticas Públicas y en Finanzas (IESA), PhD. en Economía (Swiss Management Center). Director del Centro de Estudios para la Innovación y el Emprendimiento (UMA). Profesor de Economía, Finanzas, Emprendimiento y Doctrinas Económicas en la UCAB, UMA y USM. Ha sido profesor en el IESA, e invitado en Unimet, UCV, entre otras instituciones.

Nota del autor:
Agradezco a la revista SIC, y en particular a su director Juan Salvador Pérez, por la confianza y por invitarme a colaborar en una publicación que conmemora tan importante encíclica, de un gigante como Benedicto XVI. Gracias por tan inmerecido honor y por la oportunidad de hacer mis humildes aportes a la discusión de estos temas; aportes minúsculos al lado de las potentes ideas de Joseph Aloisius Ratzinger. Gracias a Hugo Bravo por proponer mi nombre para esta publicación.

Advertencia: las ideas expresadas en este ensayo son solo responsabilidad de su autor. Los errores e imprecisiones que pudiera haber son solo responsabilidad suya; lo correcto y preciso es gracias a, y responsabilidad de, autores destacados en estos temas.


Notas:
1 Crisis financiera global de los años 2008-2009, iniciada por el estallido de la “burbuja” inmobiliaria en los Estados Unidos de América.

viernes, 1 de mayo de 2020

Una pequeña historia de la banca (II)

En este artículo continuamos mostrando la evolución cualitativa de la banca como negocio.

Quedamos en que cada banco de emisión capta clientes por su oferta de servicios y por el valor de los billetes que emiten. Es decir, los bancos compiten por la preferencia del cliente, para que este traiga sus monedas y deposite, o para que solicite préstamos. Esto hace que ofrezcan mejores servicios y preserven el poder de compra de sus billetes emitidos (auto-regulación). Como se ve, los bancos con su capacidad de emisión, afectan la oferta de dinero (fiat), pueden estimular la actividad económica y pueden crear inflación.

Ahora los billetes de cada banco circulan y son aceptados por el comercio en general, y si alguien quisiera redimirlos en dinero, sólo debe dirigirse al respectivo banco y canjearlos. Pero eso ocurre muy poco, porque el sistema confía en que el respaldo existe, y porque es más práctico emplear los billetes en las transacciones.

Se presenta una complicación: no todas las personas tienen cuentas abiertas en todos y cada uno de los bancos, por lo que si un comerciante acepta unos billetes, y éste no tuviera cuenta en el banco emisor de dichos billetes, tendría que ir a ese banco, redimir los billetes, y luego depositar las monedas equivalentes en el banco en el que posea cuenta. Esto podría hacer que en tal comercio se prefiriesen los billetes de unos determinados bancos, por encima de los de otros emisores, afectando al intercambio comercial.

Esta situación, y buscar una solución eficiente y rentable, llevó a cada banco a aceptar los billetes emitidos por otros bancos. Primero a descuento, por el riesgo que podían representar (por ejemplo, que no existiese el respaldo en moneda), o porque proviniesen de bancos en otros pueblos y ciudades, y la distancia, el transporte y el traslado para poder redimirlos, aunado al mayor desconocimiento de la gestión de tal banco emisor, reducía la valoración que de tales billetes se hacía. Pero luego el arbitraje se encargó de cerrar esas brechas de precio, tendiendo con el tiempo a ser todos los billetes (obviamente, los de los bancos que el mercado consideraba sólidos) valorados a la par.

Entonces, ya se aceptan los billetes de todos los bancos en todos los comercios, porque es fácil depositarlos en cada institución financiera.

Ahora cada banco al recibir de sus clientes billetes de otro emisor, debía asumir la tarea de canjearlos por la moneda de respaldo y llevarla a sus arcas. Entonces se podía ver a representantes de cada institución financiera portando los billetes por toda la ciudad, dirigiéndose a cada banco emisor a redimirlos. Esto llevó a la necesidad de instaurar un lugar y momento en el que los representantes de cada banco se reunirían para intercambiar los billetes y redimir los que fuesen necesarios. Y así, en esa reunión periódica, se encontraban los bancos, y billetes iban y venía la moneda de respaldo, dando nacimiento al ancestro de las cámaras de compensación.

Estas instituciones rápidamente se convirtieron en el sitio en el que se pactaban préstamos overnight (“de un día para otro”) entre los bancos, para cubrir necesidades o estrecheces puntuales de liquidez. Los bancos mantenían saldos de moneda en estas cámaras de compensación, según la estacionalidad de la liquidez del sistema y de cada banco, para no tener que andar movilizando frecuentemente el dinero. Cada banco tenía una bóveda en la cámara de compensación, con dinero de respaldo allí. Se hacía el intercambio de billetes, y luego el intercambio de moneda: el dinero se movía de la bóveda del banco que tuviera más billetes en contra que a favor, hacia la bóveda del banco que tuviera más billetes a favor que en contra. También estas instituciones comenzaron a prestar servicios de análisis de la situación y desempeño financiero del sistema bancario y de cada banco en particular, por la facilidad que ella tenía para recaudar información relevante. También las cámaras de compensación llegaron a convertirse en “prestamista de última instancia”, para rescatar a algún banco con problemas de liquidez.

Una de las características del sistema descrito hasta ahora, era que los bancos tendían a auto-regular sus emisiones de billetes sin respaldo, pues sabían que debían aceptar la redención de sus billetes y entregar la moneda. Si se excedían en la emisión de billetes, cualquier otro banco podía quebrarlos.

Los bancos en este sistema competían entre sí por clientes, en distintos servicios, en tarifas y calidad de sus servicios, en tasas y condiciones por sus préstamos, en tasas y condiciones por los depósitos recibidos, etc. Cada uno emitía su propio billete o moneda. Podían emitir la cantidad de billetes que quisieran para las mismas reservas (sistema de reserva fraccionaria), pero se auto-regulaban, gestionando su riesgo de liquidez aplicando la “ley de los grandes números”.

Lo descrito es el sistema de banca libre. Así llegó a ser la actividad bancaria en algún momento de su historia y evolución.

Bueno amigos, por razones de espacio detengámonos en este punto, por los momentos. Continuaremos recorriendo esta fascinante historia, en el próximo artículo.

Entender de economía política, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué es difícil cambiar el statu quo.

domingo, 26 de abril de 2020

Una pequeña historia de la banca (I)

Este artículo pretende mostrar la evolución cualitativa de la banca como negocio.

El inicio de esta historia se remonta a mucho tiempo atrás.
Los recursos son escasos; no hay recursos infinitos. Y desde hace mucho tiempo, la humanidad espontáneamente, por ensayo y error, aprendió que la autarquía no resuelve los problemas de escasez. Aprendimos que la división del trabajo y el intercambio es la forma más eficiente para aliviar los problemas de escasez.

Los intercambios son parte de la vida del ser humano, desde que éste está sobre la faz de la Tierra. Realmente se dice que se intercambia desde que el hombre deja de ser nómada y se asienta, hace unos diez mil años, en El Neolítico. Intercambiar unos bienes por otros, es una actividad natural. Así desde sus orígenes, el ser humano ha intercambiado, por ejemplo, vestido por alimento, alimento por armas, trabajo por alimento, e innumerables cosas más. El intercambio puede ser directo o indirecto.

Como es fácil de imaginar, todos los intercambios comenzaron siendo por medio del trueque; es decir, el intercambio directo de un bien por otro, hasta que, en tiempos muy remotos ya, hizo aparición la moneda.

Pero primero los intercambios se concretaban mediante el trueque. Una complicación que tiene el trueque, es que en él debe darse lo que se conoce como la “doble coincidencia de deseos o necesidades”: yo deseo lo que tú ofreces en el intercambio, y tú deseas lo que yo tengo para intercambiar. Sino, habría que “triangular” para que se materialice la operación.

Dada esta complicación, el mundo se inventó la moneda; es decir, algo que pueda cumplir con las condiciones de que pueda ser fraccionable (divisibilidad), fácil de portar o trasladar, no perecedera (durabilidad), homogénea, estable en su precio, de escasez relativa, difícil de falsificar, fácil de acumular, y que sea valorada por muchas personas (uso generalizado). Con una moneda valorada por ambas partes en el intercambio, ya no es necesaria la “doble coincidencia de deseos”.

Por estas razones, y a pesar de ser en sociedades de costumbres y culturas diferentes, la moneda evoluciona espontáneamente (ni coordinada ni planificada por nadie) hacia algunos metales preciosos, como el oro y plata, y hasta en ciertos momentos, y hasta en crisis, dinero han sido la sal, el cacao, el tabaco, las conchas marinas, joyas, vacas, y hasta los cigarrillos. ¡Sí!, ¡hasta las vacas han sido dinero! Han sido monedas: azúcar en El Caribe, ganado en Grecia, cobre en Egipto, sedas en Persia, clavos en Escocia, piedras talladas en África, etc.

La aparición de la moneda, fue natural, espontánea, y así también su desarrollo, hasta la moneda como la conocemos en la actualidad. Hoy en día tenemos hasta criptomonedas. Y nacen las monedas por la necesidad de facilitar los intercambios.

Y así los metales preciosos fueron perfilándose como moneda de preferencia. Entonces la gente portaba estas monedas (basadas en oro o plata, por ejemplo) y con ellas hacía sus compras de bienes y servicios. Pero, como es de imaginarse, esto suponía asumir el riesgo de portar esas monedas: potencialmente ser víctima de robo, desaparición o daño de esas monedas. Además, la incomodidad que pudiera representar llevarlas consigo.

Para satisfacer esas necesidades aparece entonces una empresa: las casas de depósito. Pudiera decirse que éstas son los ancestros remotos de los bancos. Ahora los ciudadanos tenían la opción de guardar sus monedas (metales preciosos) en estas casas. Por el depósito, estas empresas entregaban a sus clientes unos documentos que validaban sus posesiones en tal institución: los certificados de depósito. Por sus servicios, las Casas de Depósito cobraban un monto determinado. Estos certificados puede decirse que son los ancestros de los billetes que hoy conocemos.

La función de estas Casas de Depósito prácticamente era resguardar las monedas de los depositantes. Los certificados de esos depósitos eran portados por sus dueños, pero éstos, para poder comprar bienes y servicios, debían ir a sus respectivas Casas de Depósitos y retirar parte de sus monedas (o metales preciosos). Por lo tanto, en la práctica, para el comercio seguían circulando y empleándose las monedas de oro o plata, por ejemplo.

Los comerciantes recibían estas monedas como contraprestación en sus operaciones de venta de bienes y servicios, y luego las depositaban en sus respectivas Casas de Depósitos, recibiendo a cambio su correspondiente certificado.

Estos certificados inicialmente eran nominativos, es decir, llevaban anotado el nombre de su propietario, razón por la que no podían ser entregados como forma de pago, no podían circular.

Como esto representaba un obstáculo a la eficiencia del sistema, este evolucionó espontáneamente, y dichos certificados de depósito pasaron a ser endosables. Es decir, su propietario podía ahora pagar con ellos y así transferir su propiedad y por tanto la capacidad y el derecho a reclamar, en la respectiva casa de depósito, el contravalor correspondiente en moneda (eran certificados redimibles en moneda). Por lo tanto, el comerciante que aceptaba en pago estos certificados de depósitos endosables, tenía que dirigirse a la Casa de Depósito que los había emitido y reclamar el canje en moneda. Y luego dirigirse a su institución (en caso que no fuera la misma) y depositar sus monedas, recibiendo otro certificado endosable.

Por supuesto, para que el comerciante (y así cualquier persona) aceptara en pago ese certificado de depósito, ahora endosado a su nombre, tenía que tener la confianza en que podía canjearlo por su equivalente en monedas (poder redimirlos), y confiar en que la moneda de respaldo estuviera allí en esa casa de depósito emisora.

Esta situación, aunque un avance, seguía siendo aún ineficiente en cuanto a facilitar el comercio o intercambio. Dado esto, el sistema evolucionó espontáneamente haciendo los certificados de depósitos, ya no nominativos y endosables, sino al portador. Esto permitió que el certificado de depósito circulara con más facilidad, pero seguía siendo necesario dirigirse a la institución emisora para canjearlo por el equivalente en moneda.

Luego, alguna institución se habrá dado cuenta que no todos sus clientes (depositantes), o aquellas personas que portaran un certificado de depósito emitido por ella, canjeaban todas sus reservas monetarias todos los días, por lo que no era necesario tener todos sus certificados de depósitos respaldados en reservas monetarias al ciento por ciento. En la medida en que la institución tuviera más clientes (depositantes), por la ley de los grandes números, podía asumir el riesgo de emitir más certificados por un monto equivalente mayor al que realmente tuviera en reservas monetarias que los respaldaran. Así comienza la reserva fraccionaria (o encaje fraccionario). Por ley de grandes números se puede asumir el riesgo de que no sean exigidas en canje, todas las reservas monetarias equivalentes a la cantidad de certificados emitidos circulando. Si esto ocurriera, y se exige la totalidad, la casa de depósitos no tendría cómo asumir el compromiso y simplemente quebraría. La institución asume ese riesgo de quedar ilíquido o insolvente, y lo gestiona. De esto lo importante de dar la imagen de solidez y solvencia para la institución: un rumor puede quebrar a la institución.

De esta manera comienza la labor intermediaria de estas Casas que hasta ahora eran sólo de depósitos. Ahora ya se parecen más a los bancos como los conocemos hoy en día: aceptan depósitos (ahorros) y hacen préstamos (cuentas corrientes o de cheques); intermedian. Se alcanza en pleno el estatus de dinero fiduciario (fiat money): se emiten notas bancarias por los depósitos recibidos y para los préstamos otorgados. A los certificados de depósito también se les conoce como notas de depósitos o notas bancarias.

A estas notas bancarias se les llama fiat money, o dinero fiduciario, porque el término fiat proviene del latín fides, que significa fe. Y este detalle no es poca cosa. La gente acepta esas notas porque tiene fe, confía, en que la moneda de respaldo existe y puede ser canjeada por la nota a discreción del portador. El sistema está basado en esa fe. Si no se confía en ello, pues simplemente la nota bancaria no es aceptada, y las personas acudirían de inmediato a canjear las notas por la moneda de reserva. Si esto ocurre en proporciones importantes, si se da esta corrida bancaria, la institución no tendrá con alta probabilidad cómo afrontar la exigencia de la moneda, declarándose en bancarrota.

Entonces, ya cada Casa de Depósito no es sólo para depósitos y para cobrar por ese servicio. Ahora capta monedas y hace préstamos, intermedia. Paga un interés por los recursos que capta y cobra un interés por los préstamos que hace. Ahora esta institución la llamaremos “banco”, y emite sus propios billetes (notas) redimibles en moneda. La práctica, y por la ley de los grandes números, llevará a cada banco a emitir sus propios billetes y en mayor valor que lo respaldado en reservas monetarias. Pero el banco sabe que no puede emitir infinitos billetes, pues con tan sólo un rumor sobre su insolvencia la gente vendrá a reclamar y canjear sus notas por moneda, quebrando al banco. Otra razón por la que los bancos se auto-regulan a la hora de emitir billetes o notas, es que al hacerlo sus billetes se devalúan; es decir, se necesitan más billetes suyos para comprar las mismas unidades de bienes o servicios. Esta situación alejaría a los clientes, pues estos prefieren tener notas (billetes) que preserven el valor de sus ahorros, preserven su poder de compra.

Ya cada banco de emisión capta clientes por su oferta de servicios y por el valor de los billetes que emiten. Es decir, los bancos compiten por la preferencia del cliente, para que este traiga sus monedas y deposite, o para que solicite préstamos. Esto hace que ofrezcan mejores servicios y preserven el poder de compra de sus billetes emitidos (auto-regulación). Como se ve, los bancos con su capacidad de emisión, afectan la oferta de dinero (fiat), pueden estimular la actividad económica y pueden crear inflación.

Bueno amigos, por razones de espacio detengámonos en este punto, por los momentos. Continuaremos recorriendo esta fascinante historia, en el próximo artículo.

Entender de economía política, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué es difícil cambiar el statu quo.

lunes, 27 de febrero de 2017

La política es la Libertad


Hoy en día el país atraviesa por una gravísima situación económica: escasez de alimentos, de medicinas, de bienes básicos, inflación, desempleo, incremento de la pobreza, deficientes servicios públicos, inseguridad, y un largo etcétera... Situación que no es sino la lógica consecuencia de la aplicación de un modelo económico que nos ha acompañado, no desde finales del siglo XX, sino desde por lo menos los años sesenta del mismo siglo, y que se ha venido acelerando. 

Un modelo que podemos definir de Estado interventor en la economía, restricciones a la competencia, prácticas proteccionistas (monopolios privados y estatales, concesiones), Estado-empresario, regulador, controlador de la economía, clientelar y asistencialista, y que para su funcionamiento y sostenimiento necesariamente requiere un gasto público elevado, altos impuestos, endeudamiento, inflación. Un modelo que inexorablemente tiende por naturaleza a mayor intervención, mayor control, a empeorar los resultados económicos, a la pérdida de bienestar, al totalitarismo y, si no se detiene a tiempo, a la tiranía. Es decir, es un modelo que aunque comienza confiscando las libertades económicas de los ciudadanos, siempre amparado y justificándose en su persecución del bien común, termina confiscando las libertades civiles también... termina confiscando la libertad, que es una sola.

En mi opinión, y no es sólo mía, lo natural, lo sano, lo correcto, debería ser un arreglo institucional en que, mientras el estamento político sea quien tenga el poder político, la sociedad civil, los ciudadanos, sea quien mantenga el poder económico. La relación sana es que el estamento político, las instituciones políticas, los organismos públicos, el gobierno, el parlamento, el poder judicial, el Estado, estén al servicio del ciudadano. No al revés. 

Lo sano es que el ciudadano sea quien tenga el poder económico, sea dueño de empresas, produzca, genere empleo y bienestar, y mediante sus impuestos sostenga al Estado, al gobierno, al estamento político. Es decir, el ciudadano sea el empleador que, a través de los impuestos, le pague sus buenos servicios a sus empleados, los servidores públicos, el estamento político. Entonces, el ciudadano mantiene el poder económico, y negociará, a través de las organizaciones políticas, como el parlamento, los impuestos que pagará a cambio de buenos servicios públicos. Y si los servidores públicos no hicieren bien el trabajo para el que el ciudadano los eligió, pues, a través de mecanismos predispuestos, debe tener el poder para removerlos y elegir a otros

Esto, opino, debe ser el principio del arreglo institucional correcto y sano para todos en la sociedad: los políticos manteniendo el poder político, pero sirviendo y dependiendo del ciudadano, quien es quien tiene el poder económico. Así se logra el balance necesario para que las cosas funcionen, y para que se preserve a largo plazo la libertad, y por ende la democracia. Si el estamento político, o el Estado, tuviera ambos, tanto el poder político (que por naturaleza ya tiene) como el económico, ¿con qué carta se sientan a negociar los ciudadanos? Con ninguna; y sin tener nada con qué negociar, lo más probable es que terminen siendo los ciudadanos servidores del Estado.

Esto es lo que ha venido ocurriendo en el país desde los años sesenta del siglo XX: un Estado que ha ido quitando el poder económico de las manos de sus naturales dueños y gerentes, la sociedad civil.

A manera de ilustración, y de una larga lista, sólo destaco tres hitos de nuestra historia político-económica: la estatización del Banco Central (1974), la consolidación de la estatización de la industria petrolera (1976) y la sustitución de importaciones por la misma época. 

En estos casos, justificándose en el bien común, el Estado (a través del gobierno central) dio tres pasos muy importantes en ese camino de quitar a la ciudadanía su natural, y sana, responsabilidad de tener el poder económico. ¿Y qué es lo más triste? que la sociedad civil se lo permitió... tal vez embelesados por la bonanza petrolera de aquellos años, no pudimos ver con claridad las consecuencias que muchos años después permitir ese paso traería, aunque para ser justos, hubo quienes sí lo advirtieron. O simplemente como dirían algunos teóricos, no abundaban ya entre nosotros, no estábamos ya muy imbuidos de las ideas de libertad, siendo caldo de cultivo, sustrato apropiado, mercado cautivo, para el avance del estatismo.

En el primer caso, el del Banco Central, con la modificación de su ley en 1974, el Estado (a través del gobierno) se apropia de la totalidad accionaria (recordemos que inició sólo teniendo un 30% de las acciones), y consolida su derecho a elegir a la junta directiva, derecho que ya preservaba desde inicio de los años sesenta. Considero evidente que estos cambios que se dan en el gobierno corporativo del Banco Central, alinean sus intereses a los del gobierno central, y no necesariamente a los del ciudadano, y fueron justificados en aras del bien común. Se lesiona así la autonomía que necesaria y convenientemente (a los ciudadanos) debe tener la autoridad monetaria, el ente emisor; que de por sí ya consiste en un monopolio de emisión, con las consecuencias que en el bienestar de la sociedad esto tiene, y que a su vez representa para el Estado gran tentación de apropiarse esa facultad.

En el segundo caso, el de la industria petrolera, con la estatización de 1976, el Estado termina de dar un paso que desde años antes ya venía gestándose: se apropia de la totalidad de la exploración, producción y comercialización del recurso natural; crea empresas para sustituir a aquellas privadas (nacionales y extranjeras) que manejaban el sector petrolero. Es decir, crea un monopolio estatal.

En el tercer caso, el de la sustitución de importaciones, el país, llevado de la mano del gobierno en alianza con intereses privados que se beneficiarían del nuevo arreglo institucional, emprendió la no-natural tarea de querer hacer todo nacional y domésticamente, es decir, en el país. Idea que por supuesto que tiene mucho "punch" mediático, y nos llega a la fibra de nuestro corazón patrio, pero que no lleva a mejores niveles de bienestar, beneficia a unos pocos a expensas de la mayoría, atenta contra la competencia, la innovación, la creatividad y la calidad, encarece la vida, resta prosperidad, y lesiona la libertad al reducir las opciones que los ciudadanos tienen para elegir. Lo natural es especializarnos en aquellos rubros en los que tenemos ventajas comparativas, producirlos e intercambiarlos con el resto del mundo por aquellas cosas que necesitamos; y además esta labor debe ser descentralizada y privada, para que sea eficiente, decisiones libres y voluntarias de cada quien. Lo natural es ser interdependientes y no autárquicos.

Dados estos tres ejemplos no nos deberían sorprender los resultados: elevado gasto público, monetización del déficit fiscal (cubierto con impresión de dinero), acelerada inflación, pérdida de participación en el mercado petrolero, desvirtuación de la naturaleza de la empresa estatal petrolera, reducción de su capacidad productiva, caída en las reinversiones necesarias, clientelismo político, ineficiencia, pérdida de capacidad de maniobra y de adaptación a los cambios tecnológicos y de mercado, aumento de la vulnerabilidad del país ante la volatilidad del mercado petrolero, menos diversificación de nuestras industrias, desempleo, escasez, encarecimiento de la vida, pérdida de bienestar, menor variedad y calidad de bienes y servicios, y lesión de nuestra libertad de elegir, etc.

Luego que el Estado emprende la ruta de ser interventor y empresario, es difícil detenerlo. Y si nos creemos la hipótesis planteada más arriba, como sociedad iremos perdiendo las libertades económicas, aceleradamente, hasta perder incluso las libertades civiles y políticas.

Esta ruta podríamos esquematizarla de la siguiente manera:
  • El Estado ve una supuesta "falla de mercado" (generalmente son fallas inducidas por el mismo Estado)
  • En aras del bien público el Estado se ve, con su "mente maestra", llamado moralmente a intervenir y llevar a la sociedad a "mejores" niveles de bienestar.
  • El Estado aplica la receta: controles de precios, restricciones a la competencia (monopolios y concesiones), y se hace empresario.
  • Crece el tamaño del Estado y consecuentemente el gasto público.
  • Pero esto hay que financiarlo: más impuestos, más deuda, más monetización del déficit (más inflación)
  • Pero esto tiene consecuencias: escasez, inflación, desempleo, pobreza, delincuencia. servicios ineficientes. corrupción, conflictividad social, pérdida de libertad, tiranía.
Una vez que el Estado comienza, es difícil detenerlo... él, a fin de cuentas el estamento político, por sí solo tiene pocos incentivos para detenerse en ese avance, porque siempre podrá justificar su intervención: ve una "falla", interviene, contraría el sano principio de subsidiariedad, produce malos resultados... y en lugar de reconocer que el error estuvo en el primer control, decide controlar más; lo que se conoce como "la huida hacia adelante". Pretende resolver errores con más errores, y lógicamente no se resuelve el problema, más bien empeora.

Entonces se empiezan a ver programas del Estado para "resolver" los problemas de la sociedad, cada vez una lista más extensa: ¿escasez de alimentos? se crea un organismo, una burocracia y unas medidas de intervención y control para ello... ¿encarecimiento de la vida? se crea otro organismo, una burocracia y unas medidas de intervención y control para ello... ¿escasez de divisas? se crea otro organismo, una burocracia y unas medidas de intervención y control para ello... ¿pobreza? ¿inseguridad? ¿malos servicios públicos? se crea otro organismo, una burocracia y unas medidas de intervención y control para ello... ¿No funcionan estas pretendidas "soluciones"? se crea ahora un súper-organismo, una súper-burocracia y unas medidas de súper-intervención y súper-control para ello... es decir, se crea el control del control anterior que no funcionó... Pero el detalle está en que lógicamente no iba a funcionar.

¿Y qué medidas o políticas sí funcionarían? pues aquellas alineadas a la Dignidad Humana y a su inmanente Libertad. Toda política pública debe estar alineada a la Dignidad Humana. La política, el sistema de gobierno (por ejemplo, la democracia), y el sistema económico, están para servir a la persona y su dignidad; no al revés: la persona sirviendo a la economía o a la política.

Y esto significa aplicar el principio de Subsidiariedad: "…como es ilícito quitar a los particulares lo que con su propia iniciativa y propia industria pueden realizar, para entregarlo a una comunidad, así también es injusto y al mismo tiempo de grave perjuicio y perturbación del orden social confiar a una sola sociedad mayor y más elevada lo que pueden hacer y procurar comunidades menores e inferiores…" (S.S. Pío XI, Quadragesimo anno, 1931, Nº 54)

Vale la pena aclarar que hay dos dimensiones de este principio:
  • La negativa: el Estado debe retrotraerse de aquellas actividades que el particular o el grupo intermedio hacen bien o simplemente le corresponde en virtud de su naturaleza, como por ejemplo que sean los padres los que decidan cómo y dónde educar a sus hijos. El Estado no debe absorber a los grupos intermedios. Por el contrario, debe dejarlos actuar.
  • La positiva: el Estado está obligado no sólo legal sino también moralmente a actuar o intervenir en todos aquellos sectores, donde su presencia se hace necesaria, a través, por ejemplo, de las políticas públicas. Acá el Estado debe actuar subsidiariamente, que equivale a prestar "ayuda para la autoayuda" y no caer en el asistencialismo.
Cuando se invierte este principio de Subsidiariedad, y el Estado interviene en todo, y avanza coartando libertades, la sociedad civil va perdiendo poder económico, en un entorno que incentiva la búsqueda y captura de rentas (rent-seeking), pues los ciudadanos y las empresas ven que, dado que el Estado es quien maneja la economía, controla todo, regula, interviene y tiende a ser el único empleador, la ruta a la prosperidad está en alinearse a los intereses del Estado o en la captura de algún privilegio, prebenda, concesión o monopolio otorgado por el Estado. Es decir, la ruta a la prosperidad no está en el trabajo y esfuerzo diario, en servir a otro y hacerlo bien, en competir por la preferencia del ciudadano, en la innovación y asunción de riesgos, sino en ser "socio" del Estado. Un socio que mientras le sea conveniente, te respetará. 

Entonces, a largo plazo, lo que inició siendo una "inocente" intervención del Estado en aras del bien común, termina siendo la conculcación de los derechos fundamentales de la persona.

La intervención del Estado nunca resolverá de fondo los problemas. El problema de fondo se resuelve con respeto a la Dignidad y a la Libertad de la persona, Estado de Derecho, igualdad de oportunidades, respeto a la propiedad privada, seguridad jurídica y personal, libre empresa y responsable empresa, disciplina fiscal, libertad y estabilidad monetaria y de reglas que promuevan el emprendimiento y la inversión; que es lo que a la larga genera oportunidades de empleos de calidad y sustentables. Ningún régimen de control ha resuelto, ni resolverá, el problema de fondo; sólo agravará la situación de pobreza y escasez, reducirá el bienestar del ciudadano de a pie.

Como sociedad es importante reflexionar sobre estos temas: exigir libertades tanto económicas como civiles, no procurar depender del Estado, sino exigirle que nos permita asumir responsablemente nuestra libertad: las consecuencias tanto positivas como negativas de nuestras decisiones. En la medida en que tomemos conciencia de estos temas, y los exijamos, los gobernantes limitarán más sus acciones y las alinearán a los intereses de la sociedad.

Entonces, ¿qué medidas o políticas sí funcionarían?: ¿escasez de alimentos? libertad de empresa y de elección... ¿encarecimiento de la vida? libertad de empresa, de elección, monetaria, libertad del mercado laboral... ¿escasez de divisas? libertad monetaria... ¿pobreza? ¿inseguridad? ¿malos servicios públicos? libertad de empresa y de elección... La medida a aplicar, la política, es la Libertad.

Blogs amigos