El inicio de esta historia se remonta a mucho tiempo atrás.
Los recursos son escasos; no hay recursos infinitos. Y desde hace mucho tiempo, la humanidad espontáneamente, por ensayo y error, aprendió que la autarquía no resuelve los problemas de escasez. Aprendimos que la división del trabajo y el intercambio es la forma más eficiente para aliviar los problemas de escasez.
Los intercambios son parte de la vida del ser humano, desde que éste está sobre la faz de la Tierra. Realmente se dice que se intercambia desde que el hombre deja de ser nómada y se asienta, hace unos diez mil años, en El Neolítico. Intercambiar unos bienes por otros, es una actividad natural. Así desde sus orígenes, el ser humano ha intercambiado, por ejemplo, vestido por alimento, alimento por armas, trabajo por alimento, e innumerables cosas más. El intercambio puede ser directo o indirecto.
Como es fácil de imaginar, todos los intercambios comenzaron siendo por medio del trueque; es decir, el intercambio directo de un bien por otro, hasta que, en tiempos muy remotos ya, hizo aparición la moneda.
Pero primero los intercambios se concretaban mediante el trueque. Una complicación que tiene el trueque, es que en él debe darse lo que se conoce como la “doble coincidencia de deseos o necesidades”: yo deseo lo que tú ofreces en el intercambio, y tú deseas lo que yo tengo para intercambiar. Sino, habría que “triangular” para que se materialice la operación.
Dada esta complicación, el mundo se inventó la moneda; es decir, algo que pueda cumplir con las condiciones de que pueda ser fraccionable (divisibilidad), fácil de portar o trasladar, no perecedera (durabilidad), homogénea, estable en su precio, de escasez relativa, difícil de falsificar, fácil de acumular, y que sea valorada por muchas personas (uso generalizado). Con una moneda valorada por ambas partes en el intercambio, ya no es necesaria la “doble coincidencia de deseos”.
Por estas razones, y a pesar de ser en sociedades de costumbres y culturas diferentes, la moneda evoluciona espontáneamente (ni coordinada ni planificada por nadie) hacia algunos metales preciosos, como el oro y plata, y hasta en ciertos momentos, y hasta en crisis, dinero han sido la sal, el cacao, el tabaco, las conchas marinas, joyas, vacas, y hasta los cigarrillos. ¡Sí!, ¡hasta las vacas han sido dinero! Han sido monedas: azúcar en El Caribe, ganado en Grecia, cobre en Egipto, sedas en Persia, clavos en Escocia, piedras talladas en África, etc.
La aparición de la moneda, fue natural, espontánea, y así también su desarrollo, hasta la moneda como la conocemos en la actualidad. Hoy en día tenemos hasta criptomonedas. Y nacen las monedas por la necesidad de facilitar los intercambios.
Y así los metales preciosos fueron perfilándose como moneda de preferencia. Entonces la gente portaba estas monedas (basadas en oro o plata, por ejemplo) y con ellas hacía sus compras de bienes y servicios. Pero, como es de imaginarse, esto suponía asumir el riesgo de portar esas monedas: potencialmente ser víctima de robo, desaparición o daño de esas monedas. Además, la incomodidad que pudiera representar llevarlas consigo.
Para satisfacer esas necesidades aparece entonces una empresa: las casas de depósito. Pudiera decirse que éstas son los ancestros remotos de los bancos. Ahora los ciudadanos tenían la opción de guardar sus monedas (metales preciosos) en estas casas. Por el depósito, estas empresas entregaban a sus clientes unos documentos que validaban sus posesiones en tal institución: los certificados de depósito. Por sus servicios, las Casas de Depósito cobraban un monto determinado. Estos certificados puede decirse que son los ancestros de los billetes que hoy conocemos.
La función de estas Casas de Depósito prácticamente era resguardar las monedas de los depositantes. Los certificados de esos depósitos eran portados por sus dueños, pero éstos, para poder comprar bienes y servicios, debían ir a sus respectivas Casas de Depósitos y retirar parte de sus monedas (o metales preciosos). Por lo tanto, en la práctica, para el comercio seguían circulando y empleándose las monedas de oro o plata, por ejemplo.
Los comerciantes recibían estas monedas como contraprestación en sus operaciones de venta de bienes y servicios, y luego las depositaban en sus respectivas Casas de Depósitos, recibiendo a cambio su correspondiente certificado.
Estos certificados inicialmente eran nominativos, es decir, llevaban anotado el nombre de su propietario, razón por la que no podían ser entregados como forma de pago, no podían circular.
Como esto representaba un obstáculo a la eficiencia del sistema, este evolucionó espontáneamente, y dichos certificados de depósito pasaron a ser endosables. Es decir, su propietario podía ahora pagar con ellos y así transferir su propiedad y por tanto la capacidad y el derecho a reclamar, en la respectiva casa de depósito, el contravalor correspondiente en moneda (eran certificados redimibles en moneda). Por lo tanto, el comerciante que aceptaba en pago estos certificados de depósitos endosables, tenía que dirigirse a la Casa de Depósito que los había emitido y reclamar el canje en moneda. Y luego dirigirse a su institución (en caso que no fuera la misma) y depositar sus monedas, recibiendo otro certificado endosable.
Por supuesto, para que el comerciante (y así cualquier persona) aceptara en pago ese certificado de depósito, ahora endosado a su nombre, tenía que tener la confianza en que podía canjearlo por su equivalente en monedas (poder redimirlos), y confiar en que la moneda de respaldo estuviera allí en esa casa de depósito emisora.
Esta situación, aunque un avance, seguía siendo aún ineficiente en cuanto a facilitar el comercio o intercambio. Dado esto, el sistema evolucionó espontáneamente haciendo los certificados de depósitos, ya no nominativos y endosables, sino al portador. Esto permitió que el certificado de depósito circulara con más facilidad, pero seguía siendo necesario dirigirse a la institución emisora para canjearlo por el equivalente en moneda.
Luego, alguna institución se habrá dado cuenta que no todos sus clientes (depositantes), o aquellas personas que portaran un certificado de depósito emitido por ella, canjeaban todas sus reservas monetarias todos los días, por lo que no era necesario tener todos sus certificados de depósitos respaldados en reservas monetarias al ciento por ciento. En la medida en que la institución tuviera más clientes (depositantes), por la ley de los grandes números, podía asumir el riesgo de emitir más certificados por un monto equivalente mayor al que realmente tuviera en reservas monetarias que los respaldaran. Así comienza la reserva fraccionaria (o encaje fraccionario). Por ley de grandes números se puede asumir el riesgo de que no sean exigidas en canje, todas las reservas monetarias equivalentes a la cantidad de certificados emitidos circulando. Si esto ocurriera, y se exige la totalidad, la casa de depósitos no tendría cómo asumir el compromiso y simplemente quebraría. La institución asume ese riesgo de quedar ilíquido o insolvente, y lo gestiona. De esto lo importante de dar la imagen de solidez y solvencia para la institución: un rumor puede quebrar a la institución.
De esta manera comienza la labor intermediaria de estas Casas que hasta ahora eran sólo de depósitos. Ahora ya se parecen más a los bancos como los conocemos hoy en día: aceptan depósitos (ahorros) y hacen préstamos (cuentas corrientes o de cheques); intermedian. Se alcanza en pleno el estatus de dinero fiduciario (fiat money): se emiten notas bancarias por los depósitos recibidos y para los préstamos otorgados. A los certificados de depósito también se les conoce como notas de depósitos o notas bancarias.
A estas notas bancarias se les llama fiat money, o dinero fiduciario, porque el término fiat proviene del latín fides, que significa fe. Y este detalle no es poca cosa. La gente acepta esas notas porque tiene fe, confía, en que la moneda de respaldo existe y puede ser canjeada por la nota a discreción del portador. El sistema está basado en esa fe. Si no se confía en ello, pues simplemente la nota bancaria no es aceptada, y las personas acudirían de inmediato a canjear las notas por la moneda de reserva. Si esto ocurre en proporciones importantes, si se da esta corrida bancaria, la institución no tendrá con alta probabilidad cómo afrontar la exigencia de la moneda, declarándose en bancarrota.
Entonces, ya cada Casa de Depósito no es sólo para depósitos y para cobrar por ese servicio. Ahora capta monedas y hace préstamos, intermedia. Paga un interés por los recursos que capta y cobra un interés por los préstamos que hace. Ahora esta institución la llamaremos “banco”, y emite sus propios billetes (notas) redimibles en moneda. La práctica, y por la ley de los grandes números, llevará a cada banco a emitir sus propios billetes y en mayor valor que lo respaldado en reservas monetarias. Pero el banco sabe que no puede emitir infinitos billetes, pues con tan sólo un rumor sobre su insolvencia la gente vendrá a reclamar y canjear sus notas por moneda, quebrando al banco. Otra razón por la que los bancos se auto-regulan a la hora de emitir billetes o notas, es que al hacerlo sus billetes se devalúan; es decir, se necesitan más billetes suyos para comprar las mismas unidades de bienes o servicios. Esta situación alejaría a los clientes, pues estos prefieren tener notas (billetes) que preserven el valor de sus ahorros, preserven su poder de compra.
Ya cada banco de emisión capta clientes por su oferta de servicios y por el valor de los billetes que emiten. Es decir, los bancos compiten por la preferencia del cliente, para que este traiga sus monedas y deposite, o para que solicite préstamos. Esto hace que ofrezcan mejores servicios y preserven el poder de compra de sus billetes emitidos (auto-regulación). Como se ve, los bancos con su capacidad de emisión, afectan la oferta de dinero (fiat), pueden estimular la actividad económica y pueden crear inflación.
Los intercambios son parte de la vida del ser humano, desde que éste está sobre la faz de la Tierra. Realmente se dice que se intercambia desde que el hombre deja de ser nómada y se asienta, hace unos diez mil años, en El Neolítico. Intercambiar unos bienes por otros, es una actividad natural. Así desde sus orígenes, el ser humano ha intercambiado, por ejemplo, vestido por alimento, alimento por armas, trabajo por alimento, e innumerables cosas más. El intercambio puede ser directo o indirecto.
Como es fácil de imaginar, todos los intercambios comenzaron siendo por medio del trueque; es decir, el intercambio directo de un bien por otro, hasta que, en tiempos muy remotos ya, hizo aparición la moneda.
Pero primero los intercambios se concretaban mediante el trueque. Una complicación que tiene el trueque, es que en él debe darse lo que se conoce como la “doble coincidencia de deseos o necesidades”: yo deseo lo que tú ofreces en el intercambio, y tú deseas lo que yo tengo para intercambiar. Sino, habría que “triangular” para que se materialice la operación.
Dada esta complicación, el mundo se inventó la moneda; es decir, algo que pueda cumplir con las condiciones de que pueda ser fraccionable (divisibilidad), fácil de portar o trasladar, no perecedera (durabilidad), homogénea, estable en su precio, de escasez relativa, difícil de falsificar, fácil de acumular, y que sea valorada por muchas personas (uso generalizado). Con una moneda valorada por ambas partes en el intercambio, ya no es necesaria la “doble coincidencia de deseos”.
Por estas razones, y a pesar de ser en sociedades de costumbres y culturas diferentes, la moneda evoluciona espontáneamente (ni coordinada ni planificada por nadie) hacia algunos metales preciosos, como el oro y plata, y hasta en ciertos momentos, y hasta en crisis, dinero han sido la sal, el cacao, el tabaco, las conchas marinas, joyas, vacas, y hasta los cigarrillos. ¡Sí!, ¡hasta las vacas han sido dinero! Han sido monedas: azúcar en El Caribe, ganado en Grecia, cobre en Egipto, sedas en Persia, clavos en Escocia, piedras talladas en África, etc.
La aparición de la moneda, fue natural, espontánea, y así también su desarrollo, hasta la moneda como la conocemos en la actualidad. Hoy en día tenemos hasta criptomonedas. Y nacen las monedas por la necesidad de facilitar los intercambios.
Y así los metales preciosos fueron perfilándose como moneda de preferencia. Entonces la gente portaba estas monedas (basadas en oro o plata, por ejemplo) y con ellas hacía sus compras de bienes y servicios. Pero, como es de imaginarse, esto suponía asumir el riesgo de portar esas monedas: potencialmente ser víctima de robo, desaparición o daño de esas monedas. Además, la incomodidad que pudiera representar llevarlas consigo.
Para satisfacer esas necesidades aparece entonces una empresa: las casas de depósito. Pudiera decirse que éstas son los ancestros remotos de los bancos. Ahora los ciudadanos tenían la opción de guardar sus monedas (metales preciosos) en estas casas. Por el depósito, estas empresas entregaban a sus clientes unos documentos que validaban sus posesiones en tal institución: los certificados de depósito. Por sus servicios, las Casas de Depósito cobraban un monto determinado. Estos certificados puede decirse que son los ancestros de los billetes que hoy conocemos.
La función de estas Casas de Depósito prácticamente era resguardar las monedas de los depositantes. Los certificados de esos depósitos eran portados por sus dueños, pero éstos, para poder comprar bienes y servicios, debían ir a sus respectivas Casas de Depósitos y retirar parte de sus monedas (o metales preciosos). Por lo tanto, en la práctica, para el comercio seguían circulando y empleándose las monedas de oro o plata, por ejemplo.
Los comerciantes recibían estas monedas como contraprestación en sus operaciones de venta de bienes y servicios, y luego las depositaban en sus respectivas Casas de Depósitos, recibiendo a cambio su correspondiente certificado.
Estos certificados inicialmente eran nominativos, es decir, llevaban anotado el nombre de su propietario, razón por la que no podían ser entregados como forma de pago, no podían circular.
Como esto representaba un obstáculo a la eficiencia del sistema, este evolucionó espontáneamente, y dichos certificados de depósito pasaron a ser endosables. Es decir, su propietario podía ahora pagar con ellos y así transferir su propiedad y por tanto la capacidad y el derecho a reclamar, en la respectiva casa de depósito, el contravalor correspondiente en moneda (eran certificados redimibles en moneda). Por lo tanto, el comerciante que aceptaba en pago estos certificados de depósitos endosables, tenía que dirigirse a la Casa de Depósito que los había emitido y reclamar el canje en moneda. Y luego dirigirse a su institución (en caso que no fuera la misma) y depositar sus monedas, recibiendo otro certificado endosable.
Por supuesto, para que el comerciante (y así cualquier persona) aceptara en pago ese certificado de depósito, ahora endosado a su nombre, tenía que tener la confianza en que podía canjearlo por su equivalente en monedas (poder redimirlos), y confiar en que la moneda de respaldo estuviera allí en esa casa de depósito emisora.
Esta situación, aunque un avance, seguía siendo aún ineficiente en cuanto a facilitar el comercio o intercambio. Dado esto, el sistema evolucionó espontáneamente haciendo los certificados de depósitos, ya no nominativos y endosables, sino al portador. Esto permitió que el certificado de depósito circulara con más facilidad, pero seguía siendo necesario dirigirse a la institución emisora para canjearlo por el equivalente en moneda.
Luego, alguna institución se habrá dado cuenta que no todos sus clientes (depositantes), o aquellas personas que portaran un certificado de depósito emitido por ella, canjeaban todas sus reservas monetarias todos los días, por lo que no era necesario tener todos sus certificados de depósitos respaldados en reservas monetarias al ciento por ciento. En la medida en que la institución tuviera más clientes (depositantes), por la ley de los grandes números, podía asumir el riesgo de emitir más certificados por un monto equivalente mayor al que realmente tuviera en reservas monetarias que los respaldaran. Así comienza la reserva fraccionaria (o encaje fraccionario). Por ley de grandes números se puede asumir el riesgo de que no sean exigidas en canje, todas las reservas monetarias equivalentes a la cantidad de certificados emitidos circulando. Si esto ocurriera, y se exige la totalidad, la casa de depósitos no tendría cómo asumir el compromiso y simplemente quebraría. La institución asume ese riesgo de quedar ilíquido o insolvente, y lo gestiona. De esto lo importante de dar la imagen de solidez y solvencia para la institución: un rumor puede quebrar a la institución.
De esta manera comienza la labor intermediaria de estas Casas que hasta ahora eran sólo de depósitos. Ahora ya se parecen más a los bancos como los conocemos hoy en día: aceptan depósitos (ahorros) y hacen préstamos (cuentas corrientes o de cheques); intermedian. Se alcanza en pleno el estatus de dinero fiduciario (fiat money): se emiten notas bancarias por los depósitos recibidos y para los préstamos otorgados. A los certificados de depósito también se les conoce como notas de depósitos o notas bancarias.
A estas notas bancarias se les llama fiat money, o dinero fiduciario, porque el término fiat proviene del latín fides, que significa fe. Y este detalle no es poca cosa. La gente acepta esas notas porque tiene fe, confía, en que la moneda de respaldo existe y puede ser canjeada por la nota a discreción del portador. El sistema está basado en esa fe. Si no se confía en ello, pues simplemente la nota bancaria no es aceptada, y las personas acudirían de inmediato a canjear las notas por la moneda de reserva. Si esto ocurre en proporciones importantes, si se da esta corrida bancaria, la institución no tendrá con alta probabilidad cómo afrontar la exigencia de la moneda, declarándose en bancarrota.
Entonces, ya cada Casa de Depósito no es sólo para depósitos y para cobrar por ese servicio. Ahora capta monedas y hace préstamos, intermedia. Paga un interés por los recursos que capta y cobra un interés por los préstamos que hace. Ahora esta institución la llamaremos “banco”, y emite sus propios billetes (notas) redimibles en moneda. La práctica, y por la ley de los grandes números, llevará a cada banco a emitir sus propios billetes y en mayor valor que lo respaldado en reservas monetarias. Pero el banco sabe que no puede emitir infinitos billetes, pues con tan sólo un rumor sobre su insolvencia la gente vendrá a reclamar y canjear sus notas por moneda, quebrando al banco. Otra razón por la que los bancos se auto-regulan a la hora de emitir billetes o notas, es que al hacerlo sus billetes se devalúan; es decir, se necesitan más billetes suyos para comprar las mismas unidades de bienes o servicios. Esta situación alejaría a los clientes, pues estos prefieren tener notas (billetes) que preserven el valor de sus ahorros, preserven su poder de compra.
Ya cada banco de emisión capta clientes por su oferta de servicios y por el valor de los billetes que emiten. Es decir, los bancos compiten por la preferencia del cliente, para que este traiga sus monedas y deposite, o para que solicite préstamos. Esto hace que ofrezcan mejores servicios y preserven el poder de compra de sus billetes emitidos (auto-regulación). Como se ve, los bancos con su capacidad de emisión, afectan la oferta de dinero (fiat), pueden estimular la actividad económica y pueden crear inflación.
Bueno amigos, por razones de espacio detengámonos en este punto, por los momentos. Continuaremos recorriendo esta fascinante historia, en el próximo artículo.
Entender de economía política, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué es difícil cambiar el statu quo.
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